¡Trabajo más horas de las que me pagan! ¿Qué puedo hacer?

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Desgraciadamente, muchos de mis clientes pronuncian estas palabras nada más entrar en mi despacho para contarme su caso. El fraude en las horas extras y en las jornadas de trabajo está muy extendido, sobre todo en las áreas de hostelería y restauración. Veamos en qué consiste, y qué se puede hacer contra esta práctica.

El fraude comprende habitualmente dos supuestos.

El primero y más habitual, consiste en que, además de las horas de trabajo estipuladas en el contrato, normalmente de media jornada, el trabajador se ve obligado a realizar horas extras diarias que, en el mejor de los casos, la empresa abona en metálico mediante una cantidad que ella misma determina de manera totalmente arbitraria, e incluso en algunos casos ni siquiera llega a remunerar. De esta forma, resulta que el trabajador lleva a cabo una jornada efectiva de trabajo a tiempo completo o casi, pero el empresario sólo cotiza a la seguridad social por la media jornada.

Es el caso de Raquel M., que trabajaba de camarera en un concurrido restaurante de un centro comercial, hasta que la despidieron tras coger una baja médica. Su contrato era de 20 horas semanales, y trabajaba 35. O de Daniel S., que elaboraba y servía bebidas en un bar muy cool del centro de Barcelona, hasta que una semana antes de que expirase el periodo de prueba de doce meses impuesto por el empresario, y totalmente ilegal, se le comunicó que no lo había superado. Tenía contrato de 20 horas y trabajaba 39.

Mientras la relación laboral dura, el trabajador puede sentir la tentación de justificar el fraude por la parte del sueldo que resulta opaca al fisco, pero a la larga el perjuicio para él es mucho mayor, pues al cotizar sólo la mitad del salario, ello tiene reflejo negativo sobre las situaciones de previsión social en que pueda incurrir en el futuro, como la prestación por desempleo o incapacidad, y sobre todo en la futura pensión de jubilación.

El segundo supuesto más frecuente, consiste en imponer al trabajador un horario y unas jornadas diarias que exceden en mucho los límites establecidos en la ley y en los convenios colectivos. Así, es habitual encontrarse con personas como Jorge K. que realizaba jornadas semanales de 63 horas, hasta que lo despidieron verbalmente; o incluso casos peores, como el de Nadya S., que trabajaba casi cincuenta horas semanales sin ningún día de descanso, limpiando las habitaciones de un hostal para turistas. Su empleador la dio de baja en la seguridad social y no le dijo nada, pasado el plazo de 20 días la echó a la calle como a un perro. Pensaba que así eludiría la acción de la justicia. Se equivocó.

Esto sólo en cuanto a la parte esencial del fraude, pues cuando como abogado analizo cada caso particular encuentro que además de las horas que no se pagan, resulta que conceptos salariales como la nocturnidad, la manutención o el uniforme, brillan por su ausencia y son totalmente desconocidos para el trabajador.

En el contexto actual de falta de empleo, las personas se ven obligadas a aceptar estas y otras condiciones laborales, aun a sabiendas de que son ilegales e injustas, pues prefieren mantener su puesto de trabajo que emprender una vía de reclamación, que lo más probable es que les lleve al despido. Y no se les puede reprochar, pues detrás de cada trabajador y de cada trabajadora explotados mediante este fraude, suele haber una familia que depende de su salario. Podría decirse que pesa más el sentido de la responsabilidad, que el de justicia.

En estos casos, cuando la relación laboral termina, generalmente de manera abrupta y sorpresiva, es cuando el trabajador se arma de valor para reclamar todo aquello que sabía que era injusto. Es entonces cuando quiere reclamar todos los festivos y horas extras que trabajó y que nunca le pagaron, todos los pluses  a los que tenía derecho, etc., etc., etc. Solamente hay un problema, que no tiene ni una sola prueba de todo ello, y que no recuerda ni qué festivos en concreto trabajó, ni qué días y horas extras concretas fueron. Con lo que toda la capacidad probatoria se limita a su propia palabra, o a la esperanza de que alguno de sus ex compañeros de trabajo, igualmente explotados, se atrevan a plantar cara a la empresa para testificar en su favor.

Contra este tipo de fraude pueden desarrollarse diversas estrategias eficaces, pero todas ellas requieren que la relación laboral siga viva. Vamos a examinar algunas de ellas:

1º Denuncia a la Inspección de Trabajo. Precisamente desde este organismo se ha iniciado una campaña para detectar y combatir este tipo de fraude, por lo que los inspectores serán más receptivos a las denuncias. En el escrito de denuncia aconsejo especificar detalladamente el tipo de fraude, y señalar aquellas horas o días en los que sabemos que trabajaremos fuera del horario teórico establecido en el contrato, para que el inspector enganche a la empresa como se suele decir “con las manos en la masa”.

La denuncia servirá no sólo para constatar la existencia del fraude, de cara a fundamentar una demanda judicial posterior, si llega el caso, sino también para lograr el amparo de lo que se conoce como derecho de indemnidad, que protege al trabajador frente a reacciones adversas de la empresa, que ésta lleva a cabo como represalia por las demandas de aquél en defensa de sus derechos. Desarrollaré este derecho en una próxima guía legal.

2º Preconstituir pruebas del fraude. Esta estrategia consiste en ir haciendo un acopio constante y exhaustivo de las pruebas que acrediten la existencia de fraude, como por ejemplo, guardar documentos, como cuadrantes de horarios, tiquets, emails, etc.; o, grabar conversaciones con los encargados o superiores; o, tomar fotos o vídeos de los que se pueda deducir el fraude, etc. Todo dependerá de cada puesto de trabajo concreto.

En esta era de revolución tecnológica constante, existen multitud de dispositivos aptos para llevar a cabo todas estas actividades preparatorias, de entre ellos el teléfono móvil inteligente es el máximo exponente.

3º Consignar en un diario todas las horas, jornadas y trabajos extras realizados, con el máximo detalle posible. Si un día el encargado fulanito nos dice que nos tenemos que quedar dos horas más, ese día apuntaremos en nuestro diario el nombre del encargado, qué fue exactamente lo que nos dijo, a qué hora nos lo dijo, dónde, quién estaba presente, de qué hora a qué hora estuvimos trabajando de más, etc.

Cuantos más detalles tiene una historia, más creíble y coherente resulta, y las horas y trabajos extraordinarios no se suponen jamás, así que llegado el momento habrá que identificarlos y demostrarlos uno por uno.

4º Contactar con un abogado especializado en derecho laboral para que nos vaya asesorando durante todo el proceso, y pueda trazar una estrategia adaptada a nuestro caso particular. Así, llegado el caso, podremos emprender las reclamaciones judiciales que más nos convengan con mayor probabilidad de éxito, pues una cosa está clara hoy en día, que ningún trabajo es para siempre, y si existe fraude tarde o temprano habrá base para reclamar.

A menudo el trabajador cree que el recurso del abogado laboralista particular quedará fuera de sus posibilidades económicas, pero en la mayoría de casos, una sola consulta puede resultar muy clarificadora para hacerse una idea de cómo proceder.

Por otra parte existen otros recursos de asesoramiento jurídico a los que acudir, como las webs de consultas, los servicios jurídicos sindicales (que también son de pago para los no afiliados), o los abogados del turno de oficio, pero estos últimos, por definición, orientarán los casos hacia una rápida judicialización que quizás no sea lo que al trabajador le interese.

En definitiva, el fraude en las horas extras y en las jornadas de trabajo es una realidad cotidiana que no sólo afecta negativamente al trabajador, sino que termina repercutiendo a toda la sociedad, pues uno de los efectos que genera es que se dejan de pagar impuestos y cotizaciones sociales, y sobre todo, que los derechos laborales conquistados por nuestros abuelos y nuestros padres se convierten en papel mojado, pues si uno no ejerce sus derechos termina por perderlos.  

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